Descripción
Texto de presentación de Perejaume
Con el efecto de unas imágenes tumbadas sobre un fondo que las esbalma, tenemos ante el firme cegador de un mundo estampado, alisado en pan de oro. Una luz atraviesa la quietud de cada imagen. Vistas de plano sobre una mesa las imágenes desprenden una leve resplandor.
No son pues estas unas imágenes cubiertas de oro como las figuras arcaicas sino que el oro las refleja, las enciende y ciega. Santes olas, santas rocas, santos árboles y santos nubes invocados, tal vez, con el mismo fervor primitivo, pero que se manifiestan apenas con el oro guardado dentro. No sé si no podríamos decir que el oro columbrar las imágenes a la manera de unas estampaciones de lentejuelas y espacio reluciente que desarrollan espumas y rocas, ramajes y nubes como unas fervorosas liturgias de la luz.
A todo esto, no hay que insistir hasta qué punto, ahora más encendido de tierno que, ahora más carbonoso de haber brillado demasiado, el oro es un soporte intrigante. Ciertamente, en la medida en que la intensidad visual se hunde y, a pesar de hundirse en ella, no acaba nunca de tocar fondo, costa de mantener seguros a nuestros ojos, nuestros pies, en un soporte así. Por un lado, en la refulgencia de una impresión en pan de oro el efecto de verdad y el efecto de irrealidad se potencian. Por otro, la doradura actúa como un fondo tan transparente al paso y en la mirada que amenaza insistentemente de sumergirnos.
Es bien real, en cada imagen, el efecto de mirar a través de la imagen la misma imagen. Como por una luz de barro, por una luz hecha de barro, con el grado preciso de transparencia del aire por la luz que se entreabre, la mirada camina y camina. Sobre unos márgenes de indeterminación se despliegan unas escenas cada vez más nítidas. El más pequeño detalle alcanza un bruñido centelleante de luz y quietud. Carner lo dice: «la tierra deslumbra de la claridad del cielo». No siento el viento, pero de hecho. El oro ya es casi todo azul.
Ahora veo los árboles, con una luz de donde salen y un fuego donde arden, como si solo y semilla se mezclaran en su interior, y veo también olas, rocas y nubes como unas sombras con fondos de luz: como una radicación y una radiación los fondos respectivos hacia el observador que transita. Es un efecto que no sé explicar de otra manera que con la imagen de un oro de mina a punto de ganar las formas exteriores. A los retablos del setecientos pasa lo mismo.
Perejaume